La planificación de las ciudades es uno de los grandes retos del siglo XXI. En ese reto estamos incluidos, evidentemente, las personas con discapacidad, entre las que debemos incluir a las personas mayores. He leído en algún sitio que actualmente hay más personas de sesenta años que niños menores de cinco. También he leído que para 2050 el 70% de la población mundial vivirá en comunidades urbanas, incluidos más de dos mil millones de personas con discapacidad y mayores.
A medida que las poblaciones crecen y envejecen, se hace cada vez más patente lo esenciales que resultan los planes y políticas de urbanización que den respuesta a los derechos y necesidades de estas personas mayores y con discapacidad. El objetivo debe ser abordar los riesgos y prevenir desigualdades para limitar estas en todo lo posible. Aspectos y realidades como el acceso limitado al transporte público, barreras arquitectónicas que dificultan la movilidad, falta de espacios y servicios como puedan ser baños accesibles o falta de información en braille o audio, por ejemplo, son aspectos que pueden limitar la participación en sociedad y que podrían dar de bruces al progreso con aislamiento social, dejando el término evolución colgando de estigmas de la historia que debemos erradicar en todo lo posible.
Construir un futuro inclusivo es una reivindicación que no debe faltar en ninguno de nuestros argumentos o disertaciones de cara a estamentos políticos o sociales que son los que deben promover las formas de vida que piensen en infraestructuras que faciliten la convivencia de todas las personas. Si los gobiernos no están concienciados y formados en materia de accesibilidad, es posible que sigan adoptando estrategias y programas que pueden reforzar las barreras existentes y crear nuevos problemas de accesibilidad en lugar de salvar las diferencias y contrarrestar la marginación y la exclusión.
El diseño de ciudades accesibles debería ser una de las principales consideraciones a tener en cuenta por parte de arquitectos y aparejadores ya que eso garantiza que los entornos construidos se adapten a todos. Ellos son los primeros que deben entender que accesibilidad significa mucho más que acomodar el entorno a usuarios de sillas de ruedas, sería muy conveniente diseñar también desde una perspectiva sensorial teniendo en cuenta no solo dimensiones sino también formas, sonidos, texturas, entre otros. Muy conveniente recalcar, también, que el uso del color adopta un gran significado en personas con discapacidad visual, por ejemplo, o la importancia de tener en cuenta las condiciones climatológicas o la topografía de los lugares en los que se diseña.
Un mismo escenario urbano puede representar retos muy diferentes dependiendo de quien lo transite y a mí no me cabe otra seguridad que pensar que la responsabilidad de esto es de quienes diseñan las calles de las ciudades. También me cabe alguna pregunta que otra: ¿Están todos los públicos representados en la toma de decisiones cuando se habla del diseño de la ciudad?, ¿Somos realmente conscientes de la importancia de crear ciudades justas y accesibles?. Si hay algo que ha dejado patente la difícil situación derivada del covid 19 es, sin duda, la importancia de la libertad de movimientos, la emergencia sanitaria ha obligado a las instituciones a tomar decisiones drásticas en relación con algo que se daba por asumido: la movilidad. ¿Pero qué sucedería si esta limitación fuera algo permanente? Ante la respuesta a esta pregunta habrá mucha gente que se lleve las manos a la cabeza o que no quiera ni pensarlo, todo ello sin ser conscientes de que es la realidad de millones de personas en el mundo.
A esas personas que se llevan las manos a la cabeza, yo volvería a recordarles que la discapacidad no está en la persona sino en las barreras que la sociedad les pone para vivir. La inclusión social es clave cuando se habla de ofrecer igualdad de condiciones para todas las personas. Tan sencillo como eso