Tras un mes y medio de confinamiento absoluto, y otro tanto tiempo de reincorporación a eso que algunos denominan “nueva normalidad”, las personas con discapacidad visual nos encontramos con normas y costumbres que han modificado bastantes referentes que veníamos utilizando o que nos encontrábamos en nuestros desplazamientos o devenir diario.
Dicen los expertos que el 80% de la información que percibe el ser humano, llega a través de la vista, por lo que las personas con discapacidad visual grave vemos disminuida la misma, aunque seamos capaces de desarrollar el resto de los sentidos e incrementar en algún punto porcentual mayor la información auditiva, táctil u olfativa, que son las que nos pueden ayudar en las actividades cotidianas.
Después de este período de pandemia, nos hemos encontrado con una serie de normas que han modificado nuestras relaciones con el entorno. Por ejemplo, el uso de mascarillas para protegernos, hacen que las personas ciegas veamos cercenado otro sentido que nos ayudaba en nuestros desplazamientos, como es el olfato; así como, al mismo tiempo, nos distorsiona algunos sonidos que llegan a nuestros oídos. Pero, también, a las personas con discapacidad visual grave, que suelen utilizar ayudas ópticas o gafas, el uso de estos elementos les dificulta enormemente que les sean de utilidad.
Pero las normas llegan hasta regular las distancias físicas, no sólo entre los individuos, sino en espacios comerciales, marcando en el suelo cuál es la aproximación hasta un mostrador o por donde debemos circular en superficies comerciales para evitar el cruce de los flujos personales. Eso sin contar con la cantidad de señales o cartelería con diferentes instrucciones de qué debemos realizar o cómo debemos actuar.
Hace unos días, me contaba una compañera afiliada a la ONCE y que conserva aún un resto de visión, de Ciudad Real, que se había dirigido acompañada para realizar la compra en un supermercado muy conocido, y que le llamó la atención una empleada, porque no mantenía la distancia de seguridad; le explicó que no veía bien, y que la estaban ayudando y que era una persona que convivía con ella. Pues bien, la trabajadora, que no debió de comprender la situación, llamó a la policía local, personándose un agente, que sin atender a las explicaciones que procuraban darle, les dijo que deberían distanciarse y que no podían ir juntas. La situación fue tan violenta, que la chica, entró en un estado de ansiedad y rompió a llorar, abandonando el supermercado.
Desde luego, lo considero un hecho aislado, pero que sirve como muestra de la tensión o de los miedos que atenazan a los individuos y que pueden extenderse.
Desde la ONCE se ha editado una guía con recomendaciones para las personas ciegas o con baja visión, así como para la ciudadanía, con objeto de adaptarnos a esa realidad con la que nos encontramos, donde todos deberemos seguir unas normas por nuestra seguridad y por la de los demás. Sin duda, siempre nos hemos venido adaptando a las circunstancias de la evolución social, y seguiremos haciéndolo, aunque precisemos continuar utilizando nuestras manos para recibir información u orientarnos, extremando la higiene de las mismas; pidiendo que nos siga ayudando el resto de personas, insistiendo en que verbalicen sus indicaciones o que utilicen la técnica guía de contacto con una mayor distancia física; que las líneas de marca que fijan los espacios tengan algún tipo de relieve y contraste de color, que nos permitan su detección con el bastón o con el escaso resto de visión que tengamos. En una palabra, que podamos seguir conviviendo con esta “nueva realidad”, que no “normalidad”.
Carlos Javier Hernández Yebra.